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El Hospital San Juan de Dios de León se suma este domingo 5 de mayo a la celebración de la Pascua del Enfermo bajo el lema ‘Dar esperanza en la tristeza’. Porque, en palabras de Abilio Fernández, responsable del Servicio de Atención Espiritual y Religiosa (SAER), “hay situaciones que complican la vida y se necesita encontrar donde agarrarse”.

“Entre la Jornada Mundial del Enfermo (11 de febrero) y la Pascua del enfermo (5 de mayo) ha habido un espacio de tiempo, quizás siempre insuficiente, para sensibilizarnos sobre la realidad de la enfermedad y el sufrimiento en el mundo, sus retos y oportunidades”, ha recordado tras hacer suyo un mensaje del papa Francisco que incide en que “el ser humano ha sido creado para la comunión, lleva en su ser la dimensión relacional con el dinamismo de la amistad y del amor mutuo”. 

“Hemos sido creados para estar juntos, no solos y, sin embargo, hemos vivido tiempos de fragilidad, incertidumbre e inseguridad”, ha precisado Abilio Fernández en una apuesta por la “alianza terapéutica” en el cuidado, teniendo como icono al Buen Samaritano, favoreciendo la cultura de la ternura y de la compasión. “Enfermos, frágiles, pobres, están en el corazón de la Iglesia y en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral”, según ha apostillado. 

El responsable del SAER del Hospital San Juan de Dios de León ha incidido en que “la Sagrada Escritura nos ofrece bellas páginas escritas en momentos de éxodo, exilio, persecución o destierro”. “Son momentos delicados, tiempos de crisis y las crisis son como un cruce de caminos en los que hay que elegir una dirección, en los que hay que cribar y quedarse con lo bueno”, ha señalado. 

“Benedicto XVI escribía en Spe Salvi (1 y 2) que el presente, aunque fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esa meta y si esa meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino, porque quien tiene esperanza vive de otra manera, se le ha dado una vida nueva”, ha reflexionado. 

Quizás por ello, y así lo recordaba el papa Francisco en el mensaje de febrero, es importante esa alianza terapéutica que nos permita ser, como decía Pedro Laín Entralgo, “dispensadores de esperanza” en este mundo herido. Para que quien sienta la herida, en palabras de Abilio Fernández, “perciba la posibilidad de ser curado, cuidado y acompañado y la capacidad de utilizar las herramientas que le permitan resignificar las pequeñas esperanzas cotidianas para cultivar la esperanza que justifique el seguir caminando”. 

Dejarse cuidar no es fácil, pero tampoco lo es cuidar. Hay que aprender lo uno y lo otro

“Dejarse cuidar no es fácil, pero tampoco lo es cuidar. Hay que aprender lo uno y lo otro”, ha aseverado sin dejar pasar por alto que, de la mano de Arnaldo Pangrazzi y su último libro ‘El abecé del corazón’, se ha acercado a la tristeza: “Es una de las cuatro emociones primarias, que surge por la pérdida de alguien o de algo. Es importante aprender a leerlas mejor, incorporarlas y gestionarlas en el propio marco existencial. Es como el dolor del alma y revela la delicadeza del corazón, un sentimiento que lleva a la interioridad y nutre la profundidad de los vínculos”. 

“Todo vínculo produce heridas”

“La tristeza acompaña múltiples momentos de la vida y como afirmaba Goethe, ese genio del romanticismo alemán, “si no has comido con las lágrimas en los ojos, no conoces el sabor de la vida””, ha ahondado convencido de que “estamos tristes porque nos amamos y todo vínculo produce heridas, por eso las huellas de la tristeza son muy variadas y revelan el precio inevitable de los apegos”. 

“En la tristeza se debilita el sistema inmunológico, nos falta energía y el cuerpo manifiesta su tristeza. Encontrar a alguien que escuche y acoja nuestra tristeza y nuestro llanto, ayuda. Una vida vestida de tristeza compromete la salud de la persona, por eso podemos descubrir, en el proceso de elaboración oportunidades y desafíos”, ha apuntado. 

Puede surgir el espíritu samaritano a la sombra de la tristeza que se siente ante el sufrimiento de los demás. También puede aparecer el don de la introspección con la mirada al interior y descubrir el potencial interior de la persona en tristeza, y la necesidad de compartir esa vivencia y, al compartirla, encontrar la fortaleza y descubrir la creatividad. 

“Cuando la tristeza no es bien canalizada camina por senderos problemáticos, zarandeando a la persona desde el aislamiento y la falta de comunicación, al pesimismo y victimismo, o a refugiarse en sueños y fantasías. Estos senderos son especialmente complicados cuando la persona no ve horizontes de esperanza y puede desembocar en problemas mentales y psíquicos”, ha puesto de relieve. 

La tristeza es el bálsamo que echamos sobre las heridas para sanarlas

En este sentido, el mensaje del papa Francisco de la Jornada Mundial del Enfermo hacía referencia a las circunstancias vividas que afectaban al mundo relacional de la persona y que llevaban al aislamiento y la tristeza. “La tristeza tiene mucho que ver con el amor que nos une con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación. Arnaldo Pangrazzi afirma que “donde hay amor hay dolor y el dolor purificado se trasforma en mayor capacidad de amar… La tristeza es el bálsamo que echamos sobre las heridas para sanarlas: su presencia nos consuela y nos hace más humanos, más frágiles y más compasivos””, ha concluido.